Tesis sobre una domesticación by Camila Sosa Villada

Tesis sobre una domesticación by Camila Sosa Villada

autor:Camila Sosa Villada
La lengua: spa
Format: azw3, epub
editor: Tusquets Argentina
publicado: 2023-08-18T04:00:00+00:00


Estrógeno, mon amour

Le tocó forjarse en una época en que la reflexión en torno al cuerpo de las travestis admitía discrepancias, formas distintas de habitarlo. No fue igual para las que la precedieron. Pero, ahora, a una chica con su dinero no le costaba absolutamente nada ser como quería ser. Las cirugías, los tratamientos, las hormonas, la atención obsesiva a los detalles de su masculinidad no significaban nada. Eran gestos ciegos.

Cuando comenzó a hormonarse (algo que sus mentoras travestis no aceptaban por ser un proceso largo e ineficiente), ella sintió como una fractura entre su deseo y el mundo. Dejó de pensar en el cuerpo de los hombres. Ya no se acercaba a ellos ciega de pasión. Este fue el regalo que el estradiol y el acetato de ciproterona le dieron.

El estrógeno, más allá de sus femeninas revelaciones, también significó una gran tristeza para sus amantes. Era una verdadera tragedia el hecho de que no tuviera más erecciones. O que estas fueran cada vez menos previsibles, sin fórmula. No querían renunciar a ser penetrados por ella o a practicarle sexo oral. Era parte del atractivo de revolcarse con una travesti. No buscaban ese cuerpo pasivo. Debía ser activa. Para lo demás, para ser penetradas, estaban las mujeres, las vaginas de las mujeres. Pero no decidía sobre sus erecciones, eran diferentes con cada cual, dependían del ciclo de hormonación. A veces tenía que disculparse por no tenerla dura.

No era que su libido disminuyera, sino que se recluía. Había que ser muy inteligente, muy hábil con las manos y las palabras para encontrar ese carbón encendido alojado en alguna parte de su cuerpo, protegiéndose de lo que un tipo podía hacerle a una travesti como ella.

El único que la deseaba así, el único que alcanzaba a tocar lo que refulgía de su deseo, era el director de La voz humana. A él no le importaba si ella tenía erecciones o no. A él eso lo tenía sin cuidado. No es que no la tocara, que no la masturbara mientras la penetraba, no es que sintiera rechazo por el pito de la actriz. No. Pero era lo de menos.

—¿Te puedo preguntar algo? —Después de revolcarse en el camarín, el director quiso saber.

—¿Con qué pregunta hiriente me vas a enfriar ahora?

—¿Por qué no se te para cuando te cojo?

—No te guíes por eso. Es el estrógeno…

Fue una cuestión de confianza. El director imaginaba que la actriz no era de esas chicas que dicen pasarla bien cuando la están pasando mal. Era la primera travesti con la que cogía y, desde esa vez en el baño de un avión de Panamá a Guadalajara hasta hoy, ninguna otra, con vagina o no, le había dado tanto placer y lo había calentado tanto. El director soñaba con ese culito suave y oscuro, con su manera de decir textos imposibles en el escenario, como si estuviera hablando con sus amigas, anhelaba tenerla arropada en sus batas de seda, sus kimonos, con las tetas siempre a punto de insultar a algún timorato.



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